Un aprendizaje precoz
Luis Caro
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Así, los micrófonos, los transformadores, las válvulas de vacío y las antenas fueron mis primeros juguetes. Mientras la mayoría de mis amigos tenía en su casa una radio pero solo para escuchar las emisoras locales, yo tenía en la mía una radio para transmitir mi voz al mundo. Me parecía natural, pero no lo era.
Por aquella época, nombres tan raros como Drake, Collins, Heathkit, Mosley, Swan, Kenwood o Yaesu eran entonces para mi tan familiares como lo son hoy para los adolescentes los de Apple, Blackberry, Twitter, Facebook, Google o YouTube.
Aprendí a utilizar las tecnologías de las comunicaciones antes que la pelota de fútbol. Pero aun antes había aprendido mis primeras letras con la ayuda de una antigua máquina Remington y los titulares de un diario de Salta ya desaparecido. Podía leer y escribir cuando tenía tres años, mucho antes de ir a la escuela. A los seis, me animé a tocar la guitarra y a cantar en público.
Diez años después de mi primera comunicación por radio, caminaba por las calles de Salta y de Buenos Aires con un equipo de vídeo portátil (un AKAI VT-100). Veinte años después me sumergí en la informática personal; en 1994 Internet entró en mi vida y en 1996 fundé un diario digital. Durante diez años enseñé a miles de alumnos, en varios países, a comunicarse a través de las Nuevas Tecnologías.
Mi larga experiencia con la radio y mis travesuras con la televisión me facilitaron mucho las cosas. Al lado de mi padre aprendí a utilizar las herramientas de comunicación con responsabilidad y respeto hacia mis semejantes. El tiempo y la vida me han obligado a desaprender algunas cosas, a elegir y a descartar, a mirar la realidad de otro modo, a darme cuenta de mi infinita ignorancia y de la necesidad imperiosa de seguir aprendiendo.
Aunque no me gustaba al principio la idea, comprendí que era necesario tener un sitio web personal. No por vanidad (no creo en ella) sino por dos razones muy prácticas: una, evitar las suplantaciones de identidad (tan frecuentes en esta red) y, la otra, prolongar mi relación con las telecomunicaciones sin perder el hilo del progreso.
50 años después de aquella primera comunicación mi curiosidad sigue intacta. El mundo se ha hecho más pequeño, casi a la misma velocidad con que mi timidez y mis deseos de pasar desapercibido se han hecho más grandes.