A veinte años de la partida de María Alejandra Campos
Luis Caro
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Se cumplen hoy, día 5 de septiembre de 2013, veinte años del fallecimiento de María Alejandra Campos
Su vida se apagó tal día como hoy, del año 1993, en las proximidades de la ciudad salteña de Metán, cuando contaba con solo 24 años de edad. Un accidente de circulación, de los muchos que ocurren en nuestras carreteras, fue la causa de aquella muerte prematura e injusta.
Pero la de María Alejandra Campos no fue una muerte más. Su vida fue breve, es cierto; pero también fue fructífera e intensa. Sin dudas, la suya fue una existencia extraordinaria en todo sentido. Así también habría de ser su muerte.
Quienes compartimos con ella mucho tiempo y muchos avatares, la recordamos todos los días como un ser lleno de vitalidad y de alegría, con una inteligencia desbordante y una valentía capaz de superar incluso los desafíos más duros.
María Alejandra no conoció comodidades ni vivió tiempos fáciles. Se enfrentó muy prematuramente a las amarguras de la emigración, el desarraigo y el retorno. Pero acuñó sueños y acarició ilusiones que hoy, veinte años después de su muerte, permiten a muchas personas vivir y desarrollarse en libertad.
Durante dos largas décadas su desenfadada sabiduría juvenil fue el faro que iluminó el camino de una familia que creyó haber perdido el rumbo tras su muerte.
Soñó para sus hijos un mundo y una cultura diferentes a las que ella vivió. Deseó que sus retoños fuesen ciudadanos del mundo, amantes de la libertad y portadores de los valores superiores de la civilización y la justicia.
A ellos les inculcó el valor de la superación personal y les enseñó con su propio ejemplo de humildad y sacrificio. Aún sigue enseñándoles y forjando su carácter. Esos hijos, que hoy son ya mayores, le han dado la razón y han cumplido sus sueños con creces.
María Alejandra Campos experimentó como pocas personas el efecto corrosivo de la maldad humana, pero no fue capaz de albergar maldad alguna. Al contrario, fue generosa, indulgente y hasta ingenua. Perdonó ofensas y asumió sus aciertos y sus errores con discreción, sin arrogancias vanas, sin victimizaciones innecesarias. Se ganó a pulso un lugar en el cielo, al lado de Dios.
Su figura se agiganta con el paso del tiempo y su legado, pleno de humanidad y amor, se enriquece día tras día.
Los que la quisimos y disfrutamos de su valor y de su entrega, la recordamos hoy bajo la luz resplandeciente de un amor que permanece intacto y que perdurará por toda la eternidad.