Mientras en Salta la mitad o las tres cuartas partes de la nomenklatura del Partido Justicialista persigue obsesivamente un lugar en las listas de diputados nacionales, los ciudadanos del mundo comienzan a denunciar la insuficiencia de los mecanismos de la representación política. En la mira, dos instituciones varias veces centenarias: los partidos y los parlamentos.
Los ciudadanos del mundo ya no quieren votar periódicamente para que las decisiones fundamentales las tomen otros: quieren decidir ellos mismos; y no en los parlamentos tradicionales, de alcance meramente nacional o regional, sino en una especie de "conversación política global", abierta, multilateral, irrestricta, transparente, a tiempo real... cuya configuración definitiva es todavía una incógnita.
Los nuevos ciudadanos desconfían cada vez más de los partidos políticos y denuncian que éstos, en vez de fomentar la participación ciudadana en los asuntos públicos, la desalientan o la obstaculizan.
Los nuevos ciudadanos quieren opinar y decidir sobre los asuntos que afectan a sus repectivos países y a sus sociedades locales (sus ciudades y sus barrios), pero están igualmente interesados en influir, con la misma determinación y los mismos instrumentos, sobre las decisiones políticas de carácter global. Incluso se animan con las que se adoptan en otros países.
Los nuevos ciudadanos ya no quieren seguir pidiendo rendición de cuentas a los políticos: plantean la accountability de sí mismos, sin intermediarios, sin intermediados.
En los últimos treinta años, la democracia ha invadido casi todos los espacios conocidos y sus valores han conseguido calar allí donde se ha establecido. Pero mientras la democracia ha crecido en kilómetros cuadrados, su eficacia se ha visto reducida en idéntica proporción por motivos que van desde el rebrote del pensamiento ideológico hasta la marcada influencia de la economía del dinero en los procesos de selección democrática.
La expansión espacial de la democracia ha traído consigo sin embargo una expansión correlativa de los derechos de ciudadanía, un proceso imparable, consustancial al de construcción de la democracia, que paradójicamente presiona ahora para reformar en profundidad los mecanismos conocidos de la propia democracia que lo hizo posible.
La "conversación política global" no sería posible sin la ayuda de las nuevas tecnologías. Los ciudadanos comienzan a darse cuenta de que las dos primeras décadas de la revolución digital han beneficiado al establishment político y a los grandes grupos mediáticos, pero que ahora el ciudadano común está tomando el relevo, gracias -entre otros factores- al imparable impulso de las redes sociales, un tejido cuya fortaleza y cohesión algunos comparan ya con el proletariado urbano de las primeras décadas del siglo XX.
Una revolución de gran calado está en marcha. Algunos políticos tradicionales han sabido descodificar precozmente el escenario y se afanan por colocarse en la cabecera de la marcha; pero los ciudadanos que reclaman el poder que hoy detentan los políticos (sus partidos y sus parlamentos), se han dado cuenta de la maniobra y mantienen encendidas las luces de alerta.
Lo que estamos viviendo no es otra escaramuza más en la lucha por la titularidad del poder: es un proceso de redefinición profunda del poder mismo, una revisión igualmente profunda de la política y una revalorización de aquello que va unido de un modo inseparable a su esencia: la Libertad.
La conversación política global
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