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Salta first

Es contradictorio sostener posiciones federalistas defensivas, reclamando ‘más atención’ por parte de Buenos Aires, y, al mismo tiempo, hacer depender las elecciones provinciales de los movimientos políticos que giran alrededor del centralismo porteño.


Hay quien piensa en el federalismo como la panacea para todos los males conocidos del provincianismo, pero sostiene que el país federal se debe construir desde el poder central y no desde las provincias, como lo prevé nuestra Constitución. Por eso es que, antes de edificar su propia autonomía local -por ejemplo, dotándose de instituciones fuertes y mínimamente dependientes del poder central-, estas personas prefieren resolver los asuntos federales allí donde estos importan cada vez menos y los problemas se solucionan cada vez peor.

Si de verdad queremos afirmar el federalismo -me permito dudar de la sinceridad de quienes así lo proponen-, la solución no consiste en nacionalizar las elecciones provinciales sino, al contrario, en aislar a estas últimas de la influencia de la oscilante y a veces indescifrable política nacional.

No faltará por supuesto quien entienda que «primero está la patria», pero es precisamente esta difusa visión patriótica de la política la que alientan con vigor los centralistas, porque es la que conviene más que ninguna otra a sus intereses. Olvidarse de las necesidades puntuales de Salta para apuntalar un proyecto de poder nacional, cualquiera que este sea, es la mejor forma de practicar un patriotismo dañino y negativo, ya que supone privar a la «patria» de uno de sus componentes fundacionales: el de la autonomía territorial.

El ejemplo más adecuado de esta disfuncionalidad de nuestra organización política territorial lo hallamos en el discurso del Gobernador de Salta, a quien le ha tomado doce años de largas reflexiones el darse cuenta de que sus fracasos y limitaciones como mandatario provincial «federalista» solo los va a poder superar si se convierte en (exitoso) Presidente de la Nación; es decir, si deja el gobierno provincial para ejercer el gobierno central, dando por supuesto -quién sabe por qué- que acertará en este empleo después de haber fracasado doce años seguidos en Salta.

A mi modo de ver, los salteños están demasiado preocupados por Macri, por Kirchner, por Lavagna o por Massa. Todo lo que une o separa a estos personajes también acerca o divide a los salteños, lo que no parece justo ni razonable. Y lo que es peor: estos movimientos nacionales oscilantes deciden lo que los salteños van a hacer con su propia vida.

Pero, tanto por razones históricas como por razones constitucionales, Salta está primero. Sus intereses, sus necesidades, sus urgencias tienen prioridad a cualquier equilibrio de poderes en el ámbito nacional. Solo cuando los salteños se animen a reconocer y a afirmar esta prioridad, nuestra sociedad estará en condiciones de aportar lo que le corresponde a la cohesión del país.

Así como no creo en la fraternidad universal, tampoco creo que los salteños debamos ser todos amigos y pensar igual sobre la política nacional, como propone el Gobernador de Salta que hagamos. Creo, en cambio, en la cooperación conflictiva, que es lo mismo que decir que creo en la política.

Pero no en la política de los «deberes hechos», aquella que dice que las soluciones a los problemas locales bajan de los aviones que se posan sobre la pista del aeropuerto El Aybal, como sucedía en aquellas épocas en las que Perón enviaba sus contradictorias instrucciones desde el exilio.

Así como no creo en el localismo, que aisla, paraliza y opifica, creo en la política local autónoma y en su articulación provechosa con otros niveles políticos (el regional, el nacional, el global). Mi propuesta de Salta first no consiste, pues, en aislar a Salta sino, al contrario, en integrarla en el mundo, pero no en un escalón marginal sino en un lugar verdaderamente relevante.

Los políticos salteños deben renunciar a la comodidad que supone que las soluciones para el territorio sean elaboradas por otros sujetos y en otras latitudes y ponernos a trabajar nosotros mismos, sin intermediarios ni padrinos, en lo que de verdad nos interesa.

Ese es el único federalismo que nos vale, no el que baja de los aviones, muy de vez en cuando.

Poner a Salta por delante de todas nuestras preocupaciones no supone mirar al país con desdén ni dejar de ser patriotas. Es quizá todo lo contrario.

Si en la práctica Salta subsiste gracias a la solidaridad de otras provincias más ricas, la auténtica aspiración federalista es construir nuestra propia riqueza y fortalecer nuestra propia autonomía de modo que en un plazo razonablemente breve podamos ser nosotros los que con nuestra solidaridad mantengamos a los territorios más postergados. Los que como el Gobernador de Salta piensan que el federalismo consiste en que cada vez nos ayuden más y que cada vez dependamos más de otros (por ejemplo, de él como Presidente de la Nación), se equivocan y solo nos proponen un futuro en el que Salta no tenga nada que hacer ni decir, excepto llorar por los recursos que no llegan ni llegarán nunca en cantidad suficiente.

Para empezar a pensar en una Salta federal, inserta en un país justo y variado, se debe hacer un esfuerzo por desconectar las elecciones provinciales de las nacionales y proclamar al mismo tiempo, con el grado de convicción que ello requiere, que la preocupación por Salta y por su destino precede a cualquier otra, pues esta es la forma más auténtica de asegurar nuestra futura solidaridad activa o pasiva y de aportar a la construcción de un país fuerte y justo.

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