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La política siempre nos proporciona una segunda oportunidad

La política siempre nos proporciona una segunda oportunidad

El debilitamiento global de la democracia liberal, el sistema de gobierno que muchos consideraban triunfante pocos años atrás, es una realidad que afecta incluso a las democracias menos dinámicas y ricas en contenido, como la de Salta.

Muchos gobiernos democráticos de la Tierra han sucumbido a la seducción del autoritarismo; pero los gobiernos que más han padecido este retroceso son aquellos erigidos en sociedades civiles débiles y escasamente cohesionadas.

La historia demuestra sin embargo que el declive político de las sociedades no puede considerarse nunca definitivo ni irreversible.

Para regímenes democráticos relativamente nuevos y deficitarios, como el de Salta, es muy malo que las amenazas más graves que se ciernen sobre el sistema de convivencia se desplieguen en países con democracias antiguas y estables, como Estados Unidos, el Reino Unido o Francia.

Es malo porque los líderes de las democracias más débiles, como la nuestra, suelen tomar por el camino más corto y calcular de forma oportunista que si los países que siempre nos han servido de ejemplo retroceden (en libertades y en calidad democrática) «con más razón» deben retroceder las democracias menos evolucionadas.

Abandonar el camino del mejoramiento democrático, con el argumento de que la democracia se encuentra en decadencia en casi todo el mundo (especialmente en el avanzado), es una forma peligrosa de interpretar los acontecimientos. La idea nos predispone a cometer errores de los que podemos arrepentirnos muy pronto.

La historia demuestra que los sistemas políticos pueden deteriorarse hasta el punto más extremo, pero que nada es inevitable o irreversible. La supervivencia de la democracia liberal, tal cual la conocemos, tampoco es inevitable. Si tomamos las decisiones adecuadas podremos lograr que sobreviva e, incluso, que mejore. Si nos equivocamos podemos empeorar las cosas hasta tornarlas inmanejables.

A mi juicio, uno de los mayores retos que enfrenta nuestra democracia (sino el más grave de todos) consiste en hacer compatible la política con un espacio informativo muy fragmentado, más controvertido, más frágil y cada vez más alejado de la verdad.

La regulación de la información libre, que, hasta aquí, era una opción decididamente no democrática, asoma como una solución para preservar las libertades democráticas más básicas. Pero la solución ya no pasa por decidir de forma autoritaria qué tipo de información debe difundir cada comunicador o cada empresa, sino por establecer, del modo más transparente y participativo posible, una regulación que afecte al funcionamiento de los algoritmos que determinan la forma en que los mensajes son difundidos en las redes sociales y otras plataformas electrónicas.

Apenas tengo dudas acerca de que los gobiernos y las sociedades deben avanzar en la creación de espacios de servicio público en los que los intercambios sean presididos por la mayor neutralidad, y que los usuarios y las empresas tecnológicas (que no son eternas ni persiguen siempre los mismos intereses) descubran nuevos modelos de negocio y nuevas formas de utilización de las redes para promover debates y conversaciones públicas serias, veraces y constructivas que nos encaminen hacia el consenso y nos alejen de la ira, de las emociones superficiales, de la irracionalidad y del odio.

Por lo que he podido ver en el último mes de 2022, los principales candidatos a las elecciones que se van a celebrar en Salta en mayo de 2023 no están interesados en ninguna de estas cosas. Es más: percibo, por sus gestos demagógicos y sus actitudes populistas que les molesta mucho las discusiones, los debates y los intercambios de ideas. El ruido democrático los descoloca y los convierte en autómatas cuyo talento se reduce a repartir cajas de Navidad que pagan otros, no ellos.

Frente a los problemas que enfrentamos, pocas cosas hay peores que asustarse por la complejidad de los problemas y por la variedad de los matices en las opiniones ciudadanas. Es verdad que los políticos tienen como misión fundamental ofrecer a los electores explicaciones sencillas sobre el mundo que les rodea, pero solo los populistas proponen al mismo tiempo soluciones sencillas a los problemas complejos.

En Salta nos hemos esmerado en producir a políticos impacientes, amigos de las soluciones instantáneas. Son personajes a quienes les molesta hasta los límites de la desesperación que les digan que sobre un asunto determinado hay miles de respuestas diferentes, que es obligado llegar a acuerdos con otros que no piensan como uno, y que la política -si lo que busca es dar respuestas eficientes a los problemas- debe tomarse su tiempo.

Por eso es que prefieren los sistemas políticos autoritarios, centralizados y monolíticos, que no proporcionan a los ciudadanos más opción que obedecer a sus dictados.

El desafío electoral de 2023 en Salta consiste en elegir entre los populistas con claras tendencias autoritarias y los demócratas que creen que la política requiere esfuerzos especiales para generar los consensos necesarios para poder gobernar. Desconozco si habrá algún candidato o algún partido que proponga algo como esto último, pero la circunstancias me obligan a advertir de que los populistas, los demagogos y pequeños aspirantes a tirano pueden, con ayuda de la comunicación y las redes, disfrazar sus propósitos detrás de un falso proyecto de regeneración democrática.

Por eso es que animo a los salteños a promover debates en cada esquina (de la ciudad y del ciberespacio), para quitarles la careta a quienes tienen terror pánico a que sus «ideas» se vean ridiculizadas cuando queden desnudas frente al embate de la razón.

Será difícil, pero no imposible. Porque nuestro futuro dependerá de las decisiones que tomemos hoy. O dejamos que la degradación democrática siga carcomiendo lo poco que queda en pie o nos jugamos una «carta brava» y damos la espalda a los que nos prometen una Salta próspera y maravillosa con solo mover un par de piezas o esperar a que caiga maná del cielo.

La política siempre proporciona una segunda oportunidad. Pero las oportunidades perdidas pueden frustrar a toda una generación de ciudadanos y ciudadanas si no se aprovechan en el momento en que hay que hacerlo. El que la política se renueve periódicamente y que los errores de hoy se tornen en aciertos de mañana no quiere decir que debamos dejar la tarea para un futuro que muchos no veremos.

Debemos empezar ya mismo.

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